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No sé si conocéis El Profeta, un libro de Gibran Khalil, pues para mí es libro de mesilla de noche.
No sé si conocéis El Profeta, un libro de Gibran Khalil. Clarividente como no hay otro en cuestiones del amor, el matrimonio, la belleza o el placer, entre otras de nuestras aspiraciones cotidianas.
Pues para mí es libro de mesilla de noche. No es que lo lea muy a menudo, porque ahí está parte de la magia de este libro, que según en qué momento de la vida lo leas, sus palabras cobran otro significado, diría que adquieren una mayor profundidad.
Pero para poder daros más pistas de por qué hoy empiezo citando a Khalil, os cuento cómo han sido estos últimos siete días.
Ya os adelantaba la semana pasada que estamos a unos 15 días de la experiencia “nos vamos a la guardería”, y todo este revuelo emocional ha tocado mi lado más trascendente. Largas conversaciones entre Jorge y yo, en las que nos planteamos la unión con nuestra hija como un lazo que cada vez se hace más fuerte, al tiempo que él me hace reflexionar sobre la necesidad de independencia que todo ser humano necesita, y que empieza con cuestiones como éstas, a edades tan tempranas.
Lo cierto es que eso es lo que en un futuro, y recalco lo de futuro, me gustaría para ella. Que se sintiese unida pero no atada a nosotros. Y entonces me acordé de El Profeta, pensé ¿qué dirá él sobre el tema de los hijos? Y me fui a la página 29 para salir de dudas.
“Vuestros hijos no son vuestros hijos. Son los hijos y las hijas del ansia de la Vida por sí misma. Vienen a través vuestro, pero no son vuestros. Y aunque vivan con vosotros, no os pertenecen. Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos, porque ellos tienen los suyos (…) Sois los arcos con que vuestros niños cual flechas vivas, son lanzados.”
Casi nada, ¿eh? Un no parar de reflexionar y de equilibrar cabeza y corazón. Una semana intensa a nivel emocional. Y mientras ella, con esa sonrisa amplia, sonora y llena de alegría, siento que me dice: “nos acostumbraremos. Lo hemos hecho hasta ahora y no nos ha ido nada mal mamá.”
Yo la miro, y apoyándome en su sonrisa logro sentir lo mismo. Y ya no hablo sólo de este primer paso hacia una vida rica en espacios propios, sino a lo que nos espera, que esto no ha hecho más que empezar.