Lo malo de lo rápido y lo bueno de lo lento.

Todo en el Universo tiene su tempo, por más que nos empeñemos en acelerarlo, esta ley física no cambiará.

Por supuesto que hay cosas que mejor que sean rápidas, y en consecuencia mejor que no sean lentas, como por ejemplo la ambulancia que está en camino. Ahora bien, vivimos en una cultura donde se prima la velocidad sobre todas las cosas, acciones donde ayer, se considera tarde, y parece que el presente, en verdad no está aquí y ahora, sino que es pasado mañana. De modo que al final es difícil vivir «oliendo las rosas», porque nadie puede oler hoy el perfume que las rosas emitirán en el futuro, aún no se ha inventado como hacerlo.

Hay muchas cosas que tienen un mayor beneficio cuando se realizan lentamente, frente a realizarlas como si comprimiéramos una hora en un segundo. Por ejemplo, por mucho que la tecnología avance, una comida de cacerola como son las lentejas, un cocido, unas alubias, etc. tiene mucho más sabor si se hace a fuego lento, que si se hace a toda velocidad. Por que la mezcla de sabores de los distintos alimentos requiere su tiempo, y esto es algo que por el momento se escapa a nuestro control, aunque sí que es cierto, que hay formas y métodos para simular o más bien disimular esta cuestión, al final, si haces una cata a ciegas, la diferencia es absolutamente notable.

Otro gran ejemplo es la lectura de un libro, dando por hecho que el libro es bueno, que además es un libro del que puedes aprender. Yo soy de la opinión, de que en este momento que nos ha tocado vivir, el número de libros que existen es tremendamente grande, incluso me atrevería a afirmar «infinito» desde la perspectiva de Alfonso X «El Sabio», quien afirmó en su época: «qué pena morirse, con la de libros que le quedan a uno por leer». Si levantara la cabeza, me encantaría saber qué diría ahora. Bien, no creo que todos los libros merezcan ser leídos por todo el mundo, a mí mismo hay muchos libros que no me interesan por su temática o por otros motivos, pensemos que tenemos un tiempo de vida finito, donde no podremos jamás leer todo lo que se publica, por lo que es importantísimo ser muy selecto a la hora de elegir a qué dedicamos el tiempo de lectura. Ahora bien, una vez que hemos seleccionado un buen libro, como por ejemplo «El hombre en busca de sentido, de Vicktor Frank», podemos leerlo una y muchas más veces. Es este tipo de sabiduría, por la que no conviene pasar rápidamente, sino detenerse, degustar cada concepto, cada mensaje, porque de otro modo, se nos pasarían muchas cuestiones importante por alto, y no aprovecharíamos realmente el tesoro encritpado en sus palabras.

Por último quiero también que veamos el ejemplo de las dietas rápidas, que suelen tener un efecto rebote aún más desastroso que si no se hubiera realizado acción alguna. O los programas de entrenamiento en gimnasio, que pretenden convertirte en un atleta de 20 años, a tus 40. En ambos casos, el cuerpo requiere de un periodo de adaptación, requiere poder reorganizarse internamente de modo que comience a procesar la energía (tanto alimentaria como muscular) de otro modo, y así lograr los resultados que deseas sin perjudicarte colateralmente. Porque hay daños colaterales que deben ser asumibles, no si deseas conservar la salud por mucho tiempo.

Desde esta reflexión, te invito a que pienses qué aspectos de tu vida llevas a más velocidad de la que sería deseable, y cuáles serían los beneficios de ralentizar los mismos. Comprométete contigo para poner en marcha un plan que poco a poco, haga más lentas estas acciones, y verifiques que las ventajas que esperabas las estás obteniendo. A fin de cuentas, tú eliges el ritmo al que quieres vivir, y de eso dependerá que puedas disfrutar del olor de las rosas que tienes a tu alrededor.



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