Anne Brontë. Una mujer adelantada a su tiempo.

Grandes dosis de romanticismo, intriga cuidadosamente administrada, un lenguaje literario impecable...

Un hombre apuesto, irreverente, mujeriego, superficial, violento y embrutecido por el alcohol. Una mujer joven, bonita, culta, educada y convencida de que con amor y paciencia podría reconducir el carácter libertino de su marido. Y el tiempo, implacable. Y el abuso y la humillación que acaban por abrirle los ojos, tomando al fin una decisión radical.

Este que, en pleno siglo XXI, es el triste argumento de infinidad de historias que despiertan el rechazo de la mayoría de las personas, a mediados del XIX y en una sociedad cargada de prejuicios en la que las mujeres no gozaban apenas de libertad, poner de manifiesto tal realidad no solo era una temeridad sino un auténtico escándalo.

Esto fue lo que sucedió en Londres a finales de junio de 1848 cuando T.C. Newby editó por primera vez La inquilina de Wildfell Hall. Fue tal la conmoción que causó la segunda (y última) novela de Anne, la pequeña de las Brontë, que los críticos más ásperos se lanzaron a la detracción despiadada con censuras injustas que acusaban al “autor” de disfrutar describiendo escenas “con una predilección morbosa por lo grosero, cuando no por lo brutal”.  Y eso que casi nadie podía sospechar que bajo el seudónimo de Acton Bell en realidad se escondía una mujer.

Aunque, siendo cierto que la novela denuncia situaciones difíciles sin eufemismos, florituras ni rodeos e incluso se atreve a tocar un tema tan controvertido como el alcoholismo, esa supuesta “brutalidad” en el lenguaje y en las descripciones que la crítica le atribuye a Anne Brontë no puede ser más inexacta. Que la autora es acertada y no pierde el tiempo en adornos innecesarios, sí. Directa, también. Ella misma aclara los motivos que le llevan a pintar la realidad tal cual es, pues “si tenemos que abordar la malignidad y los personajes malignos, mantengo que es mejor describirlos como son realmente que como a ellos les gustaría parecer”.

Sin embargo, su lenguaje, correctísimo y austero, no puede ser más delicioso; su manejo del tiempo y la voz narrativa magistrales (es la obra una magnífica muestra del género epistolar); la psicología y la construcción de los personajes (tanto los principales como los secundarios) delicada, cuidada, perfectamente diseñada. Y además, en ese ambiente sobrio e invernal que rodea la isabelina y solitaria mansión de Wildfell Hall se teje al tiempo una hermosa historia de amor. Porque lo que os he contado no es el principio ni, mucho menos, el final de la novela. Es tan solo su fondo y sin entrar en detalles.

Vamos, que si os apetece una obra con grandes dosis de romanticismo, cuotas de intriga cuidadosamente administradas, un lenguaje literario impecable y un argumento revolucionario muy adelantado a su tiempo, La inquilina de Wildfell Hall es la obra. Además apuntar, si me permitís una opinión personal, que de las tres hermanas Brontë, Anne es la mejor.

Con esta recomendación quisiera rendir mi pequeño homenaje a Anne Brontë, una gran mujer adelantada a su tiempo y una magnífica escritora nacida el 17 de enero de 1820 que tan solo pudo dejarnos dos novelas y algunos poemarios, pues no vivió lo suficiente para ampliar su legado. Murió a los 29 años, víctima de una tuberculosis.

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Título: La inquilina de Wildfell Hall
Autora: Anne Brontë
Colección: Alba Clásica
Traducción: Waldo Leirós
Encuadernación: Rústica
ISBN: 84-8873011X
Páginas: 576 2ª edición

Más información Alba Editorial



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