Harold Bloom y el canon literario.

Autor de más de 40 volúmenes de crítica literaria, Harold Bloom es el crítico más influyente y controvertido de las últimas cinco décadas.

Murió ayer a los 89 años, dejando un legado literario profuso, discutible y muy discutido. Autor de más de 40 volúmenes de crítica literaria, Harold Bloom es el crítico más influyente y controvertido de las últimas cinco décadas. Todo comenzó en 1994 con el Canon Occidental. El libro, un ensayo de divulgación literaria contrario al multiculturalismo, poscolonialimo, marxismo y feminismo, iba a convertirse en un superventas a las pocas semanas de ver la luz.

En él estableció la lista de 26 autores que, según su criterio, lideraban y dirigían los derroteros de la literatura occidental, la verdadera literatura. Con Shakespeare (Dios, “el escritor más original que conoceremos nunca”) a la cabeza, sólo tres escritores en español (Cervantes, Borges y Neruda), uno en ruso (Tolstoi), cuatro mujeres (Virginia Woolf, Jane Austen, Emily Dickinson y Mary Anne Evans, George Eliot) y Freud por delante de Kafka, sirvió la polémica en bandeja de plata.

Los grupos que Bloom denomina “La escuela del resentimiento”—un mezcladillo compuesto de «marxistas, feministas, neoconservadores y neohistoricistas», explica— califican el canon como una utopía de la sociedad moderna, además de un texto elitista y reaccionario. Por supuesto, desaprueban sin ambages la supremacía intelectual que confiere Bloom a unos autores en detrimento de otros.

En su defensa del canon, Bloom alegaba que no se trata de una lista cerrada e inflexible, pero sólo puede “quebrarse desde dentro, en la permanente lucha agónica con la tradición”, la del genio individual. La ácida crítica contra el feminismo acerca del estudio de Orlando, de Virginia Woolf, es un ejemplo de su pensamiento y su manera de entender la “gran literatura”.

Pero, en realidad, el idilio de Harold Bloom con las letras, particularmente con la poesía, comenzó en su infancia. El niño Bloom, descendiente de una familia de inmigrantes ucranianos judíos que sólo hablaban yidis, aprendió a leer solo. Primero en hebreo literario, después en inglés estudiando a los poetas angloamericanos en la biblioteca pública del Bronx. Allí nació y se crio devorando la obra de Crane y Blake, cuyos poemas se sabía de memoria a los 12 años. Después llegaron Shelley, Wallace Stevens, Yeats, Milton y William Shakespeare. Tras estudiar en la Universidad de Cornell, se doctoró en Yale con una tesis sobre Percy Bysshe Shelley.

Brillante, obstinado e ingenioso, su extraordinaria memoria fotográfica le permitía leer 400 páginas en apenas una hora y captar las estructuras escondidas en los textos. Logró el reconocimiento académico precisamente por sus innovadoras interpretaciones de la poesía del romanticismo anglosajón, cuyos autores influyeron de manera indiscutible en su formación literaria y filosófica.

Muchos de los libros de Harold Bloom se han traducido a más de cuarenta idiomas. Entre ellos, el mencionado Canon Occidental (Anagrama) y Cómo leer y por qué (Anagrama). Este último, publicado en el 2000, incide en la cuestión del canon de forma más asequible para el público no iniciado. Tal vez sea esta obra una de las más indicadas para comenzar a hincarle el diente a la crítica literaria moderna y a los postulados del norteamericano. El libro vuelve sobre Shakespeare, Hemingway, Jane Austen, Walt Whitman, Emily Dickinson, Charles Dickens y William Faulkner y examina una vez más los entresijos del cuento, la novela, la poesía y el teatro.

La editorial Páginas de Espuma insiste en las reflexiones de Bloom acerca de los géneros literarios con cuatro títulos sobre los cánones de cada uno de ellos: Poemas y poetas, Ensayistas y profetas, Cuentos y cuentistas, Novelas y novelistas.

Pese a las críticas adversas y la aparente decadencia del canon frente a la multiculturalidad, el legado de Bloom sobre la tradición literaria occidental no resulta tan anacrónico como lo presentan sus detractores. Para él la buena literatura es un continuo diálogo entre escritores de distintas épocas. Por ello, y gracias a su inusual capacidad de síntesis y para crear nexos entre escritores antagónicos, sus propuestas sobre cómo la influencia determina la literatura suponen un hito respecto a la concepción de la misma.

¿Al margen de los cánones? No necesariamente. Tal vez ahora mismo —en esta época nuestra en la que todo vale, cualquiera publica libros y el griterío de la masa eclipsa a la crítica, la cultura y la erudición— igual no está de más (re)comenzar a depurar, separar la paja del heno, y diferenciar a los grandes autores de los intereses “marketinianos” de las editoriales. Desde luego, el de Bloom es un referente y un inmenso punto de partida.

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