El mito de Don Juan y los enigmas del amor.
Pendenciero y seductor, ateo y amoral, aventurero e inmaduro. Realmente, el personaje de Don Juan mirado con las gafas del siglo XXI es un tipo muy poco apetecible. No sólo por el machismo inherente a su condición, la fanfarronería con que adorna sus conquistas o el desprecio absoluto por el sexo femenino —tontas de remate que caen como moscas engatusadas en la miel del burlador—.
Sin embargo, como afirma la profesora de la Universidad de Vigo, Carmen Becerra, “cualquiera que hable sobre este tema de modo informado sabe perfectamente que las obras del pasado no se pueden analizar, juzgar con los ojos del presente”. Y lo hace a propósito de la publicación de El mito de Don Juan, el volumen que preparó para la Biblioteca Castro con las cinco versiones escritas en España, por escritores españoles, sobre el controvertido personaje.
La obra repasa dos siglos de donjuanismo, desde el drama de Tirso de Molina (El burlador de Sevilla) escrito en 1630 hasta el Tenorio de Zorrilla de 1845, mostrando así la evolución y pervivencia de la leyenda a través del tiempo. Pero no se trata de hacer apología del carácter pretencioso de Don Juan, sino de profundizar acerca de los enigmas que encierra el mito y cómo se va transformado el personaje en función de la época, pese a los elementos que perviven en las cinco piezas: la muerte, la mujer y el héroe.
El Don Juan español nace en pleno barroco, una época compleja marcada por la peste, las guerras y las sequías en la que los valores como el honor, la caducidad de la vida, el desengaño y la justicia poética restauran el orden social quebrantado. A base de ingenio y una magistral mezcolanza de dramatismo y comedia, Tirso de Molina sienta las bases del donjuanismo profesional que acaba con el merecido castigo divino, un poder muy superior al de la sociedad corrompida en todos los niveles. A partir de estas premisas, los comediantes italianos exportan la figura del galán incidiendo en su carácter transgresor. Es Molière, en Francia, quien le confiere una personalidad más racional que pasional y ciertas dotes de generosidad.
La venganza en el sepulcro, atribuida a Alonso de Córdova, data de finales del XVII y, al igual que el burlador de Tirso, presenta al protagonista como un tipo camorrista y mentiroso castigado también por la justicia divina. Propuesta que mantiene No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, escrita ya en el siglo XVIII por Antonio de Zamora, con bastante menos sutileza que Tirso de Molina. No obstante, la obra se considera el puente hacia el romanticismo, pues frente a la condena eterna típica del barroco, la ilustración concede al héroe la posibilidad de la redención. Una salvación ya evidente el poema de José de Espronceda, El estudiante de Salamanca, compuesto entre 1836 y 1840.
Con José Zorrilla, la figura donjuanesca adquiere, además de un sinfín de tintes fantásticos y bastantes dosis de inmadurez permanente, un carácter casi encantador. Pues, a pesar de las cuotas habituales de machismo y bravuconería, el mítico Don Juan se convierte en un hombre arrepentido de sus desmanes, enamorado de verdad, dispuesto a redimirse, a cualquier cosa por su “ángel de amor”. Como señala Carmen Becerra en el prólogo: “Zorrilla ha abandonado el arquetipo libertino y sacrílego de sus antecesores e inaugura una nueva vía para la evolución del mito: el donjuanismo”.
Reivindicando la tradición española de la Noche de Difuntos frente al ya manido “truco o trato” halloweenesco, los tostones de las calabazas mutiladas y demás costumbres importadas, recuperar el Mito de Don Juan puede ser una excelente opción. Eso y recitar una vez más los versos del Tenorio (por muy políticamente incorrectos que se consideren) a pie de escenario, subidos en un palco o en mitad de la calle a la sevillana ante la Hostería del Laurel. Al margen de tópicos, críticas pijoprogres, códigos de honor trasnochados y rimas imperfectas, el rito de Don Juan la noche del 31 de octubre tiene el sabor ocre de los otoños de siempre, el aroma a vela prendida y el encanto indefinible de los clásicos.
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