El arte de escribir De qué habla Murakami cuando habla de escribir.
En 'De qué hablo cuando hablo de escribir', Murakami reflexiona sobre la literatura, la imaginación, los premios literarios y la figura del escritor.
Dicen los detractores del japonés Haruki Murakami que carece de imaginación, que se repite, que lleva toda su vida escribiendo el mismo libro… En cierto modo tienen algo de razón: cuando has leído varias novelas del eterno candidato al Nobel de Literatura, tienes la sensación de «déjà lu«, de haber leído esa escena en otro momento, en otro libro, incluso de haber escuchado la misma música una y otra vez. Sin embargo, la literatura de Murakami es mucho más compleja y no es justo reducirla a determinados elementos (efectivamente) recurrentes.
A Murakami (Kioto, 1949) lo descubrí en un avión –esa manía de devorar del tirón novelones durante vuelos interminables– y, además, de casualidad –la historia de cómo cayó en mis manos Kafka en la orilla ya os la cuento otro día–. El caso es que cuando llegué a mi destino ya tenía ganas de leer mucho más de este autor un tanto excéntrico, amante de la música, la literatura y el cine; de correr por las calles de Tokio. Hurgar en las motivaciones de este individuo adicto a la soledad, a los viajes interiores, a los vacíos, a los personajes suicidas y los escenarios delirantes de melancolía.
Allá por el 2017, Murakami decidió explicar a sus lectores cómo, a lo largo de su carrera profesional, ha ido componiendo ese universo personal tan característico, que reproduce en su obra. De este modo nació De qué hablo cuando hablo de escribir, un ensayo con el que no pretendió hacer literatura. De hecho, nunca lo hace —dice— con sus textos de no ficción. Considera que no forman parte de su creatividad, sino de su experiencia. Pero, aunque narra episodios y vivencias íntimas, tampoco se trata de una autobiografía, sino de la historia de su vocación.
Como tal relato, comienza por el principio: cómo, a partir de una especie de revelación extrasensorial durante un partido béisbol en Jinju, se convirtió en escritor. “Después del partido (creo recordar que ganó el equipo local), me subí a un tren de cercanías para ir a una papelería del centro y compré un cuaderno y una pluma”. Y su vida cambió para siempre.
El autor de 1Q84 disecciona, además, su proceso creativo deteniéndose en cuestiones como la originalidad, los hábitos (leer, observar, no juzgar), el aprendizaje, la alegría de escribir, sus referentes literarios (Gabo, Joyce, Kafka, Carver —a quien emula en el título del ensayo—, Hemingway, Chandler o Dostoievski) y, más centrado en el hecho mismo de escribir, cómo elaborar una buena trama, el uso del lenguaje, las correcciones del texto. También reflexiona acerca de los premios literarios, un terreno escabroso que también aborda desde el punto de vista personal. “Una vez que se empieza a hablar del oficio, es irremediable hablar de uno mismo”.
Así nos revela que su paso por el colegio fue un trámite sin más; nunca fue buen estudiante ni le interesaba nada de lo impreso en los libros de texto. Tampoco su infancia merece, según él, una mención reseñable. Sí su ansia de libertad, su rechazo por la política (la violenta muerte de un estudiante tuvo la culpa), su pasión por el jazz, el pop y la literatura y la inmensa perspectiva que le proporcionó viajar.
Con esta obra, “los lectores descubrirán, por encima de todo, cómo es Haruki Murakami: el hombre, la persona, y tendrán un acceso privilegiado al «taller de uno de los escritores más leídos de nuestro tiempo”, afirma la editorial.
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