Medianoche en Madrid.
Empieza Woody Allen por los créditos y cuando la historia va llegando a su final y tienes los lagrimales desbordados, sin más se acaba...
Empieza Woody Allen por los créditos y cuando la historia va llegando a su final y tienes los lagrimales desbordados, sin más se acaba, sin más se encienden las luces. Y allí está uno pasándose los dorsos de las manos bajo los ojos intentando eliminar todo rastro visible de emoción en medio de una concurrida sala de desconocidos, ya en pie, impasibles casi todos ante lo que acaba de ocurrir ante ellos, impasibles ante lo que sucede más allá de lo anecdótico de los personajes y de un relato más de pasiones y desafectos con los que parece que Allen va construyendo la más completa filmografía sobre el principio, el fin, y la oportunidad permanente de la felicidad, en el Amor, y las cien millones de maneras de amarse y de traicionarse, de entrar en el umbral de la duda al que nos empujan los deseos.
Confieso que en ese umbral me sentiría perdido entre el magnífico atractivo de Rachel McAdams y la belleza dulce, sensual, de Marion Cottillard, entre lo que representa cada una para la vida y los sueños de Gil (Owen Wilson), entre el París que es de la historia y el París que la hace, entre la cómoda contemplación o la apasionante aventura, en intentar decidirse por cual de los dos dejarse arrastrar en una ciudad cuya luz de medianoche es luz de sueños en los que todo es posible, ese «posible» del que uno anhela ser protagonista. Que parezca que Allen nos persiga y parezca también saber siempre cual es la fibra a tocar, el relato o la pasión que nos afecta en el momento exacto, no es más que un sencillo truco de magia estadística con el que es difícil no acertar pero que nos conmueve igualmente.
Al salir del cine amenaza la tarde noche de tormenta. Esto es Madrid y a mi me pasa, como a casi todo el mundo, que este tiempo me disgusta porque «todo lo triste rima con la lluvia» y a mi piel le desagrada ese repiqueteo. Aún así me voy a una terraza y me acomodo esperando que lleguen la medianoche y la lluvia porque puede que con ellas… aunque los caminos se abren en un inesperado disco de Cole Porter en cualquier rincón del mundo. Sólo hay que estar atentos.
Life looks good.