Cuatro conejitos.
La conexión perdida entre John Fitzgerald Kennedy y Lee Harvey Oswald.
Lee Harvey no era un tipo corriente salido de una granja que llega a Dallas, se compra un rifle y le pega un tiro a lo primero que brilla y se mueve, no. Tampoco parece que fuera un tipo extremadamente breve -aunque con diecisiete años se enrolara en los Marines- a pesar de demostrar una personalidad esquizoide -que en los Marines igual es hasta una ventaja- y cierta tendencia a la violencia -caramba, perfecto para la guerra-. Salvo porque era un tipo delgadito y enclenque. Y disléxico, que para la guerra tampoco impide, sabemos.
Mickey, como todos sabemos, aunque roedor, no era un conejo.
Antes de Mickey y precediéndole, cuando no había nacido Lee Harvey, Walt Disney había creado un conejito que se llamaba Oswald, como él, como Lee Harvey no como Walt, claro. Oswald the lucky rabbit se hizo famoso allá por los años veinte, pero los derechos sobre ese conejito se los quedó Universal, que para eso los había pagado, así que Disney creó a Mickey para sustituirle. Pero Mickey, como todos sabemos, aunque roedor, no era un conejo así que no cuenta en esta historia. Oswald the lucky rabbit es el mote que le pusieron a Lee sus compañeros, vaya usted a saber exactamente si por la coincidencia nombre-apellido, por la suerte del chiquillo o por su complexión. Jackie Kennedy, que era más lista y elegante que todos, llamaba my little rabbit también a su marido el Presidente. Lo hacía para incordiarle, con esa finura y delicadeza que la caracterizaba, aunque en realidad era como darle una patada en lo más íntimo. Se refería a la velocidad y el modo en que John Fitzgerald copulaba. Háganse a la idea. Así que ahí tenemos una conexión entre los dos, el mote, que del comportamiento sexual de Harvey, oiga, ni idea, claro que como era esquizoide igual lo de John compensaba.
Pegarse un tiro por accidente puede ser interpretado de muchas formas.
El día que Lee Harvey se pegó un tiro en un codo, en los Marines ya sabían que aquel chiquito con una infancia nómada entre Nueva Orleans y Dallas, más de veinte hogares y una docena de colegios, igual estaba tan chiflado que igual tampoco era tan buena idea dejarle un rifle. Pegarse un tiro por accidente puede ser interpretado de muchas formas. Yo me lo imagino haciéndose el marchito con ese cuerpecito ante sus musculados compañeros marines, me cuenten lo que me cuenten. Tampoco demostró mucha puntería en el campo de tiro, aunque destacó como operador de radar a pesar de su dislexia lo que le llevó destinado a California, a Japón y a Filipinas donde al parecer se le escapó un tiro durante una guardia nocturna. (Cuando leo que se le «escapó» un tiro a un tipo esquizoide, violento y disléxico, me surge alguna pregunta que otra).
En Minsk hacía mucho frío, y tres años de frío son muchos años.
Aquel chiquito, con aquella corta vida tenía sus propias ideas. Parecía que sentía una fascinación política por un lado por Hitler, como referente de un tipo que sale de la nada y alcanza las más altas cotas de poder, y por el otro lado por el Comunismo. Está clara la tendencia. Y como no debía ser un tipo corriente, consigue dejar los Marines o que los Marines le den por perdido, se embarca a Finlandia y remata convenciendo a los Rusos para que le dieran acogida como desertor del ejército de los Estados Unidos. Coñe. Pues pensándolo bien o hay que ser muy tonto o hay que ser muy hábil, a James Bond le pillan siempre, claro que su fama le precede. No es menos la aventura de casarse con la hija de un Coronel de la KGB siendo uno un desertor americano, pero va Lee y, mira, también. Y para colmo de pronto le entra la morriña, que en Minsk hacía mucho frío, y tres años de frío son muchos años, y se coge a Marina Prusakova, su mujer, la hija del Coronel de la KGB, y se vuelve a los Estados Unidos. Y los Rusos ni le detienen ni se lo impiden ni nada. Tonto no era. O era tan tonto que nadie le tenía en cuenta. O era un coñazo de tío al que mejor quitarse de en medio. O esa suerte suya de conejito.
Jack Ruby no era pariente lejano de la Ruby de Berlusconi.
Ya en EEUU, antes de cumplir los 25 años -joé qué tipo- va e intenta asesinar muy malamente a un general que representaba lo más reaccionario de la ultraderecha americana, el General Walker, y pega un tiro tonto a su casa que no hace más que provocarle sudores fríos y temblores. Lo de la casualidad de que trabajara en el Texas Scholl Book Depository que estaba en el trayecto del Presidente, un trayecto del que supo tan sólo unos días antes, y que se le pasara por la cabeza matar a Kennedy porque así tendría el juicio más importante de la historia en el que podría explicarle al mundo su visión del mundo para dejar su gran contribución a la historia (algo que Jack Ruby -que no es pariente lejano de la Ruby de Berlusconi-, un mafiosete del entorno de Nixon aficionado a las conejitas, frustró con un tiro en la calle) pues mira, la vida que es así. Y fin del cuento. Bueno, no, ¡qué va!, principio del cuento.
¿Y el cuarto conejito?
Pues el cuarto conejito de esta historia también murió en esa época en que se hacían tan mal las cosas que toda muerte impopular se convertía en un misterio o una trama o una conspiración y en los que la mafia parecía estar en todas partes, como Sinatra. El cuarto conejito era rubia y tenía por nombre de verdad Norma Jean, era la mujer más deseada de su tiempo y está en el Hall of Fame de las mujeres hermosas y hermosas junto a Mónica Bellucci y Ava Gardner. Creíamos todos que había tenido un idilio con el Presidente y siempre lo imaginamos como algo apasionado e intenso, incluso bonito, oye, aunque en realidad parece que tan sólo se vieron tres veces, que no digo yo que con la tendencia a la compulsiva cópula de John Fitzgerald y sus usos no fuera un aquí te pillo aquí te mato, stricto sensu, pero yo esto no lo he visto así que como con todo lo demás tan sólo puedo elucubrar. Lo que si parece claro es que el ‘asunto’ estuvo ahí, aunque que si se analizáramos la lista de los ‘asuntos’ de ambos, éste sería un ‘asunto’ menor. Yo apostaría a que a la rubia un ‘aquíte‘ tampoco le debería hacer especial ilusión. Pero igual son cosas mías, que hay gente «pato pa tó».
En definitiva, con todo (y mucho más que no viene al caso o me guardo para otra) a mi no me queda más que sospechar que la verdad y toda la verdad a la que podemos aspirar es que había una vez cuatro conejitos…
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