La novia del viento. Oskar Kokoschka
Lo más llamativo del cuadro, perfecta muestra del estilo de Oskar Kokoschka, es la dulzura y placidez de Alma, que descansa en los brazos del amante, mientras éste, retratado a base de pinceladas mucho más torturados, permanece despierto.
Esta es la obra que eché de menos cuando visité el Palacio de Belvedere en Viena. Había otros Kokoschkas. Otros igualmente violentos, incluso cuando retrataban paisajes amables, pero no tan apasionados.
¿Cuál es la diferencia entre sentimiento y pasión? La pasión lleva a la acción y el sentimiento se conserva en el interior como una flor rara y bella. Pues la pasión de Oskar Kokoschka por Alma Mahler, viuda del compositor, belleza de la alta sociedad vienesa y mayor que él, le llevó a la irracionalidad absoluta.
Pero nadie que hubiera conocido a Oskar antes de 1913, cuando el contaba con 27 años, se sorprendería del angustioso amor por Alma. Ella, experimentada, inestable desde que muriera su hija de 5 años, que ya había tenido affaires con diversos artistas, entre ellos el maestro del joven, Gustav Klimt, se sintió atraída y halagada por la pasión del joven. Sin embargo, a los pocos años, tanta intensidad le asustó y dejó al pintor y poeta sumido en un dolor infinito, solo comparable al clímax de los momentos más felices de su relación. Llegó a encargar la fabricación de una muñeca con el aspecto de Alma para recordarla. La quemó tras una fiesta, borracho y poseído por el dolor.
Antes de eso, Oskar ya se había ganado fama de violento, incorrecto, informal y radical en sus reacciones. Después de eso, se enroló en el ejército austríaco y luchó en el frente ruso, donde recibió un balazo en la cabeza y fue herido en los pulmones con una bayoneta. Aunque se recuperó y siguió en el frente, rápidamente su salud se deterioró y fue tratado en un hospital de Estocolmo. Fue diagnosticado de demencia y volvió a Viena. De allí, se fue a vivir a Berlín, donde el arte vanguardista efervescía. En el período de entreguerra, como no podía ser de otro modo, engrosó las filas del movimiento intelectual y bohemio de izquierdas que hacía frente al nacionalismo intolerante y que se vio estimulado por la dramática situación económica de esos años en Austria y Alemania. Fue perseguido por los nazis y huyó, como tantos otros artistas, de país en país, y llegó a la República Checa donde residió lo bastante como para amar el lugar y la gente, hasta acabar en Londres con su mujer, con quien se casó ya en la cincuentena. No fue un retiro dorado, no soportaba pintar paisajes sin saber qué estaba pasando en Viena, Berlín y Praga, donde tenía amigos queridos. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, empezó a recibir el reconocimiento artístico que merecía y se trasladó a Suiza donde acabó sus días.
Lo más llamativo del cuadro, perfecta muestra del estilo de Oskar Kokoschka, es la dulzura y placidez de Alma, que descansa en los brazos del amante, mientras éste, retratado a base de pinceladas mucho más torturados, permanece despierto, con la cara crispada. Cuando viajaron a Italia y visitaron el acuario de Nápoles, Oskar observó cómo un insecto picaba a un pez, lo paralizaba con su veneno y lo devoraba. Y sintió que era un reflejo de su relación con Alma Mahler. Ese sentimiento de terror frente a la mujer capaz de provocar tanta locura se reflejaba en la expresión del amante yaciendo junto a su durmiente amada, y también en los vaivenes radicales y violentos de la personalidad de Kokoschka, sin duda, un hombre que sufría.