Más que un color, violeta.

De los fenicios a las sufragistas del siglo pasado, un color para una mujer excepcional.

Los griegos llamaban Phoínikes a los Cannaneos, de ahí que nosotros los conozcamos como Fenicios. Phoínikes de phoinos –rojo sangre- definía al pueblo que comercializaba telas y ropajes de un púrpura rojizo/violáceo, y es que fueron los fenicios los que descubrieron en torno al 1500 AC el modo de obtener el tinte de este color de la mucosidad del molusco del mismo nombre, una mucosidad incolora que reacciona a la luz pasando durante su secado al sol del amarillo al verde, el azul, el rojo y finalmente a un violeta púrpura.

Su enorme resistencia a la decoloración, puesto que es resultado de su reacción a la luz, junto con la enorme cantidad de moluscos necesarios para la obtención de una pequeñísima cantidad de tinte encarecía de tal modo las telas y prendas confeccionadas en el púrpura violáceo que pronto se identificó con el color de los reyes, de los emperadores, del poder y del lujo.

En el primer decenio del siglo XX el movimiento feminista adoptó tres colores para su bandera, el blanco, símbolo de honradez privada y poítica, el verde de esperanza en el futuro y el violeta de soberanos, de la «sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el voto, la libertad y la dignidad«.

Así que el violeta no es un color más, es el color. Aunque no apto para todos los públicos, por ser tan llamativo y excepcional como su existencia en la propia naturaleza, un color para vestirlo con dignidad y valentía, con convicción y determinación sabiendo que es tan singular como sensual, tan llamativo como poco convencional, tan especial como quien lo lleva. Como estos de la casa Balenciaga fabricados en Italia en suave piel de cordero con apliques dorados e interior de algodón negro, de los que dispones de la colección completa desde los Giant 12 City, part time, velo, y envelope, al sencillo monedero.

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