Richard Wagner y la obra de arte total.

Con la excepción de Bach y, en menor medida, Beethoven, nadie como Wagner ha resultado tan influyente en la historia de la música.

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Compositor de gran ambición y capacidad, y una personalidad polémica, admirada y odiada pero nunca ignorada, Richard Wagner modificó el rumbo de la música del siglo XIX. Su reforma operística, la obra de arte total, no llegaría a desarrollarse hasta sus últimas consecuencias, pero su propuesta no dejó indiferente a nadie, ni a sus contemporáneos ni a las generaciones posteriores. Incluso dio lugar a una entusiasta corriente de culto que nunca ha dejado de encubrir, en ocasiones, cierta carga ideológica, como tachar a Wagner de nazi habiendo vivido mucho antes del nacimiento del nacionalsocialismo.

Su música fue idolatrada y rechazada a partes iguales. Entre sus seguidores encontramos, entre otros, a Anton Bruckner, Cesar Franck, Richard Strauss y Gustav Mahler, quien llegó a decir que Sólo hubo Beethoven y Wagner; después de ellos, nadie. También, su forma de entender la forma tonal fue punto de partida de la Moderna Escuela de Viena, la de Arnold Schönberg, Alban Berg y Anton Webern. En cambio, Gioachino Rossini aseguraba que Wagner tiene momentos maravillosos y terribles cuartos de hora.

Tampoco Wagner era del gusto de Igor Stravinsky, que sostuvo que melodía infinita era la perpetua transformación de una música que nunca tuvo razón para empezar, así como ninguna razón para terminar. En medio de ambas corrientes se encontraría Claude Debussy que pasaría del fervor al repudio afirmando que Wagner había sido una puesta de sol que se había confundido con un amanecer.

A ese sentimiento de desprecio no escapó el crítico musical más influyente de la segunda mitad del siglo XIX, Eduard Hanslick, cuya actitud estética se encontraba regulada por el principio de la belleza formal por encima del sentimiento. Bien es verdad que Wagner tuvo el valor de ridiculizar a Hanslick asignándole el papel del escribano Beckmeeser en Los maestros cantores de Núremberg.

Wagner era un romántico alemán que respeto la tradición sinfónica alemana, de largo demostrada en los extraordinarios preludios de Tannhäusser, Tristán o la Marcha funeraria de Sigfrido. Pero al mismo tiempo, quiso convertir la voz humana en un instrumento más de la orquesta, lo que provoca la tremenda dificultad para cantarlo y la enorme resistencia física necesaria para interpretarlo por lo largo que son sus óperas. Además, apostó por mantener un continuo rompiendo con la tradición de dividir el drama entre arias y recitativos. Para él, una ópera cuarteada, como la italiana y la Grand Opera francesa, era una ofensa. Por eso, no es casual que en recopilaciones como esta aparezcan preludios y coros… y tan pocos arias de quién cambió la ópera para siempre. Aunque él diría que no es ópera, que es una obra de arte total.

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