Su sonrisa, gracias.

Desde que tengo buenos recuerdos, las sonrisas me han acompañado.

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Desde que tengo buenos recuerdos, de esos que se quedan grabados con todo lujo de detalles y que aunque pasen los años, continúan teniendo la misma intensidad que la primera vez, las sonrisas me han acompañado.

Creo que siempre he buscado rodearme de personas que aportaran a mi vida una sonrisa, personas que cuando las mirase pudiese encontrar en ellas ese guiño en sus caras, como una contraseña que en cualquier momento me invitase a pensar: todo va bien.

Incluso supongo que de forma inconsciente, siempre he querido seguir sumando sonrisas, eligiendo que formaran parte de mi memoria, objetos y personajes que hoy se han convertido en símbolos. Una suerte que han corrido el logo de Munchitos con su claim “Y hoy, ¿has sonreído?”; o el maravilloso gato de Alicia y su inexorable sonrisa, que encuentro en cada luna decreciente, mientras imagino que el cielo entero me sonríe.

Así que cuando me quedé embaraza y a la altura del cuarto mes, lo que trataba de buscar en cada ecografía era su sonrisa. Una que me dijera que todo iba bien, y que terminó llegando en cuatro dimensiones, aproximadamente en la semana 30, gracias al regalo de Antonio y Paulina. Y fue esa sonrisa, su sonrisa, la que me acompañó hasta el día de su nacimiento. La imaginaba riendo, feliz en su pequeño hábitat, con aquel gurruño de manos y pies que confirmaban la flexibilidad de la que presume todo bebé, o un futuro prometedor en el Circo del Sol, nunca se sabe… De cualquier manera esa ecografía sigue siendo hoy mi preferida.

Y ahora, como si de un dispensador de sonrisas se tratara, Teresa me las da cada mañana en sus despertares, en sus cambios de pañal, en nuestros ratitos de conversaciones y juegos en el sofá, en cada toma… esas sonrisas que siguen diciéndome que todo va bien, y que yo correspondo con un: no sabes cómo te quiero.

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