Música.

¿A qué suena la vida? se preguntó... y sonrió ante su incapacidad para responderse porque la vida sólo podía sonar a una cosa, a música.

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Con tan solo 7 notas musicales podía ponerse música a toda una vida, de eso no le cabía duda alguna como tampoco de como cada una de esas notas, combinadas de uno u otro modo, llegaban a marcar el sino de las emociones y, en ellas, el de su persona. Podía parecer exagerado pero lo cierto es que las melodías que daban ritmo a su vida acariciaban su alma y la llevaban de la risa al llanto en un alarde de locura que sentía a veces como regenerador y vivificante.

Aquella mañana se había levantado con una sonrisa porque sí, tal vez porque era domingo o cabe que porque hacía sol, el caso es que sonreía, sentía el olor del verano y le parecía notar ya la humedad del mar en su piel, eso la llevó directa a su equipo de música; buscaba un sonido alegre y armónico que siguiese el ritmo de su sonrisa sin abstraerla de sus quehaceres, que no eran pocos, ante una semana cargada de reuniones y fechas de entrega; en cuanto las Estaciones de Vivaldi, las cuatro, aparecieron ante sus ojos, cualquier duda se desvaneció, junio, por más que se vistiera de intermedio del año, seguía teniendo para ella más de fin de curso que de mitad de nada así que un recorrido por un año completo en sus tiempos cálidos y fríos le pareció la banda sonora ideal para su mañana de domingo.

Siguió con sus recados, sus quehaceres y sus cosas, con lo que venía siendo una vida a veces loca a la que procuraba arrancarle los placeres que alcanzaba con la mano… o incluso dar un salto para los que estaban un palmo más lejos; claro que para eso Vivaldi no le parecía suficiente, necesitaba algo más heroico y emocionante, sonidos más de séptimo arte que de clásica o… tal vez Coldplay porque la banda británica tenía algo en su pop y en sus ritmos que tendía a elevar sus emociones a la altura de un cielo cargado de estrellas.

El domingo avanzaba y con el la vida y sus cosas, también sus sensaciones… Pasado el mediodía el cuerpo le pedía calma, una pausa y un descanso de los que mantienen la sonrisa dispuesta a convertirse en carcajada y para eso nada como una melodía dulce y armoniosa cargada de cariño y recuerdos… allí estaba su vinilo de Stevie Wonder… Sí, un vinilo, porque se había negado a deshacerse de ellos y los domingos de vida y placer lo eran también de plato y música.

Al caer la tarde decidió regalarse un rato de ejercicio al aire libre, tiró de cascos -unos que se había comprado hacía un par de años ya y sin los que ni se le ocurría salir a correr- y ni tan siquiera se planteó buscar banda sonora, el programa de canciones de Plástico Elástico sería perfecto, probablemente descubriese nuevos temas y nuevos grupos con los que ampliar su fondo musical.

Ducha, cena… y música, porque le apetecía cerrar el día con la pasión y la fuerza de una mujer, Adele.

Feliz como una codorniz* apagó la vida por un rato, el tiempo justo para dormir con la sonrisa puesta y encarar la semana con las buenas sensaciones que le dejaba siempre la buena música.

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*Pues sí, lo de feliz como una perdíz está pasado de moda e incluso fuera de lugar porque, al fin y al cabo, es condición sine qua non que a las buenas de las perdices se las coman los príncipes y princesas para ser ser felices. Y por eso hacemos propia, con su permiso, la frase de Pacopepe Gil y de aquí en adelante viviremos felices… como codornices.

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