Así la soledad.

O de cómo la necesidad del Ser Social tiende a alienarnos contra sus propios intereses.

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Cuando llegó la edad yo también quería salir hasta tarde. El tiempo era distancia y en las distancias se encontraban todas aquellas cosas que quería conocer, en el tiempo estaban las experiencias que quería vivir y conocer. Comprendí mucho más tarde la negativa preocupación de mi padre, comprendí los riesgos cuando ya habían dejado de serlo. Tenía trece años y ya había cogido un autobús para ir a Oh! Madrid, a las afueras, muy a las afueras, demasiado, para colarme, para colarnos allí con cara de adultos, de «liberados» y que tan sólo la interesada indulgencia de un portero de discoteca podría dar por válida. Por conocer, hacer, sentir, descubrir, por la inquietud.

Debió ser por entonces -o al menos ese es el registro más lejano que tengo- cuando comencé a sentir la necesidad del ser social, de ser aceptado, de estar integrado, y para eso provoqué varios disgustos familiares y algunas constantes discusiones estéticas, pero sobre todo emprendí un largo camino condicionado. Lo normal, pero en mayor medida. Desde que vine al mundo, he descubierto con los años, soy simplemente lo que soy, no soy otro, no soy nadie, lo soy todo. Pero durante años ese ser social era tan fuerte que en él desarrollé un gran miedo a la soledad.

Tardé una vida en poblar mi soledad -que decía Baudelair- para saber estar solo entre la multitud, y a medida que la soledad se poblaba y entraban en mi vida otras cosas, los intereses, el de aprender, conocer, saber, comenzó a desarrollarse el ser que no ha dejado de ser social pero que se encuentra en el espejo, Borges. En la soledad, descubrí, estaban también las distancias y el tiempo. Aquellas. Las distancias en que estaba todo aquello que deseara conocer, el tiempo para disfrutarlas con intensidad.

De todos los grupos, de los compañeros de viaje, de los que fueron amigos y parte de esto o de aquello, algo ha quedado, todo bueno al fin y al cabo; mucho bueno y mucho bueno aprendido. Y todos ellos me empujaron de una u otra forma al momento en que decidí, a una brava, quedarme sólo en mis espacios y dejar que pasara la vida contemplándola sin esperar nada aunque atento a todo. Fue entonces cuando comencé a encontrar a gente excepcional, que no encajaban en los catálogos, que no tenían modos, que no eran ni estaban ni pertenecían. Sólo entonces comencé a crecer, sólo con ellos. Y comencé a desayunar solo en público, a viajar solo, a surfear solo, a vivir en soledad sin lástima o vergüenza, incluso a desarrollar cierta soberbia de independencia.

Viviendo la soledad, llenándola de estudios y lecturas, de producción, comprendí, María, -y créeme que no hace mucho de eso-, que es verdad que la soledad es el patrimonio de todas las almas extraordinarias -esta cita que se atribuye a Schopenhauer- o que la independencia es un privilegio de los fuertes -Nietzsche-. Lo comprendí en la vida de otras almas solas, así tú, como la tuya, que en verdad no lo están tanto, porque las almas solas, cuando están llenas no sólo son plenas, están siempre rodeadas. En las sombras, querida, se esconden muchas cosas. Y muchos seres. Bajo las torres que definen el perfil de la ciudad, las que contemplamos extasiados, bajo esas torres magníficas hay un barrio entero, o dos, a sus sombras.

No, no tiene sentido la alienación, no tiene sentido más que en la guerra -Sun Tzu- que hace de los ejércitos más fuertes cuanto más ciegos, para el resto sólo lo tienen las sociedades, pequeñas, grandes, que se enriquecen de esa maravillosa capacidad del ser de ser creativo, único, excepcional, de la capacidad de ser. Yo, esto, todo, todos los que te rodeamos, crecemos contigo, crecemos en ti, como todo lo que te envuelve, como todo en lo que te envuelves, de ese maná que es tu talento, tu reflexión, la cuestión constante, la observación, tu singularidad y tu generosidad para con todo ello, para con todos.

Cuando llegó la edad, yo también quería salir hasta tarde y ser parte de ese grupo de compañeros a los que sus padres les dejaban llegar más tarde. Hasta que no acepté la soledad no me encontré con el mundo -tuve que vivir dos décadas- y ese mundo estaba lleno de gente, de tiempos, de distancias mucho más interesantes.  Crezco y yodo lo que he producido, todo de lo que más orgulloso me siento, nació ahí. Y no he vuelto a estar solo.

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