Discurso sobre la dignidad del hombre.

Hace más de 500 años un joven concibió un discurso destinado a alumbrar una nueva época. Aunque nunca fue pronunciado, está considerado como el manifiesto fundacional del Renacimiento.

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He leído en los antiguos escritos de los árabes, padres venerados, que Abdalah el Sarraceno, interrogado acerca de cuál era a sus ojos el espectáculo más maravilloso en esta escena del mundo, había respondido que nada veía más espléndido que el hombre. Con esta afirmación coincide aquella famosa de Hermes: Gran milagro, oh Asclepio, es el hombre.dignidad

Oratio de hominis dignitate, Giovanni Pico della Mirandola.

Hacia finales del 1486, un joven de 23 años compuso las conocidas como 900 tesis, una monumental recopilación de todos los saberes que había asimilado, conocimientos con los que trataba de conciliar varias tradiciones de pensamiento creyendo que algo de verdad había en cada una de ellas. Las quería defender en Roma frente a una concurrencia formada por un buen número de teólogos, obispos y juristas, pero para aquella reunión de doctos resultaba incomprensible que aquel joven vanidoso se empeñara en alternar con ellos y en hacer públicos unos asuntos que bien podían resolverse en la intimidad del claustro. Mucho menos se explicaban la necesidad de conciliar tradiciones doctrinarias y filosóficas demasiadas veces enfrentadas, una cruzada que podía menoscabar la posición del Papa en el equilibrio de poderes reinante.

En una época de recuperación de los studia humanitatis, aquel insolente se presentaba con una sólida formación en letras, así como con un profundo conocimiento en filosofía y teología, además de con un refinado talento para la retórica y la literatura. Había estudiado a Platón y a Aristóteles con la intención de conciliarlos, recibió la influencia de su mentor y amigo Ficino y era muy versado en las fuentes del platonismo. Sin embargo, a pesar de su amor por la cultura clásica no tenía dudas de que la filosofía medieval contenía verdades de importancia. Había frecuentado como maestro al averroísta Nicoletto Vernia, aunque también como contrapunto al veneciano Hermolao Bárbaro, al que le reconocerá el mérito de ser el primero que opuso el Aristóteles original al de las escolásticas árabe y latina. Amaba y dominaba las lenguas clásicas, y las orientales, pero hacía algo a lo que pocos intelectuales se atrevían, escribir en su lengua materna para general entendimiento. Sin duda era cristiano, pero cultivaba un gran interés por la Cábala, y a menudo también por la magia y los ritos paganos de la Grecia Antigua.

Entre las muchas obras que Giovanni Pico della Mirandola escribió durante su corta vida destaca un texto breve, apenas siete páginas conocidas tras su muerte como Oratio de hominis dignitate, aunque en realidad no fue sino la introducción que tenía pensada para el debate romano de sus 900 tesis. Recurriendo al Génesis, Pico abre su Discurso narrando cómo el hombre fue creado por el supremo hacedor, Dios, un demiurgo que teniendo a mano el universo de los arquetipos eternos va poniendo orden al caos y, a la vez, creando todos los seres vivos. Cuando el demiurgo notó que había agotado todos los modelos de que disponía para formar el cosmos y aún no había creado a un ser capaz de comprender su inmensidad y dar razón de él, se vio necesitado de crear desde la nada a aquel viviente, el ser humano. Y lo creó sin condicionamientos, sin una naturaleza en la que fijarse, ni siquiera a su imagen y semejanza según la tradición bíblica, sino que le dio un aspecto propio, indefinido, incompleto, abierto a todas las posibilidades, condenándolo a ser demiurgo de si mismo. Para Pico, la capacidad del hombre de elegir es la libertad.

En el pensamiento cristiano medieval, hacía tiempo que Tomás de Aquino había defendido que todo hombre posee una intrínseca dignidad por el hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Para Pico, el hombre es un ser maravilloso y único, la más digna criatura de la creación por una característica que predomina sobre todas las demás, su libertad. La búsqueda de la dignidad del hombre en su sustancial libertad de hacerse a sí y de hacer el mundo marca el principio de la modernidad, y también de la ruptura con la tradición cristiana que tenía por dogma que si bien el hombre había sido creado libre por Dios, había perdido su libertad con el primer pecado, por desobedecerlo.

Cuando la comisión papal descubrió que trece de sus 900 tesis eran heréticas o sospechosas de serlo, el papa Inocencio VIII las condenó y prohibió que se argumentaran. Pico no pudo más que escribir una Apología sobre las trece tesis cuestionadas, lo que el senado eclesiástico consideró un acto de soberbia y obstinación. Fue juzgado y condenado por hereje, excomulgado y encarcelado en la cárcel de Vincennes, en Francia, adonde había huido. Puesto en libertad por el futuro rey de Francia Carlos VIII, con los años Giovanni Pico renunció a sus cuantiosos bienes familiares y se entregó a una intensa actividad religiosa que hizo que viajase por toda Italia como mendicante. En 1493, el papa Alejandro VI lo admitió de nuevo en la Iglesia católica aunque, entre provocador y justiciero, no abjuró de ninguna de sus tesis. Acabaría sus días refugiado junto a su amigo Jerónimo Savonarola en San Marcos de Florencia, donde poco antes de su muerte a los treinta y un años había recibido el hábito dominico. Su nombre ha pasado a la historia con el apelativo con que lo conocieron sus admiradores y amigos, Príncipe de concordia.

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