La cabeza de Medusa. Rubens y Snyders

Atenea, que no en vano era la diosa de la sabiduría, colocó la cabeza de Medusa en el escudo de Zeus.

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La mujer de mirada implacable. Una de las tres horribles górgonas. Esa era Medusa. Perseo necesitó mucha ayuda para acabar con ella: el patrocinio de Atenea, las sandalias aladas de Hermes, el casco de invisibilidad de Hades, una espada y, sobre todo, un escudo espejado para evitar mirarla directamente. Dicen que cuando depositó la cabeza de Medusa cerca de la playa, las gotas de sangre que alcanzaron el agua transformaron las algas en los corales del Mar Rojo.

Atenea, que no en vano era la diosa de la sabiduría, colocó la cabeza de Medusa en el escudo de Zeus, el que siempre usaba, y transformó la dureza, la amargura y la crueldad que la iracunda górgona había mostrado en vida, en protección frente a todo mal, convirtiéndose en un talismán, en el símbolo de la inviolabilidad.

Y eso es lo paradójico. Porque Medusa era una bella jovencita vestal del templo de Atenea, violada por su tío, el dios de los mares, Poseidón, en el mismo templo. Pero Atenea no pudo soportar la afrenta de que por su culpa su inmaculado templo hubiera sido el escenario de un ultraje y la castigo a ella, a la víctima, transformando su bella cabellera en un manojo repugnante de serpientes y su dulce mirada adolescente, en la terrible mirada que convertía en piedra a quien osara mirarla. Solamente cortando la cabeza del monstruo se pudo revertir el horror en protección sobrenatural. Y solamente una vez decapitada vieron la luz sus dos hijos. De Medusa, embarazada de su tío Poseidón, salieron el caballo alado Pegaso y Crisaor, el guerrero de la espada de oro.

Paul Peter Rubens pidió ayuda entre 1613 y 1618 a Frans Snyders para pintar la cabeza de Medusa. Experto en retratar animales, Snyders dio lo mejor de sí. Lo que hace que la imagen fascinante e irresistible a pesar de su aspecto repugnante, es la masa de serpientes enroscadas e inquietas sobre la cabeza decapitada. Tratando de escapar del cuero cabelludo en la que están como atrapadas, las serpientes se levantan, parecen moverse, e incluso atacan a la misma carne que las engendró de pura desesperación por desasirse.  Gracias a la representación precisa de Snyders las serpientes han sido identificados como serpientes de agua, una especie todavía común hoy en día.

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