Cinco Canciones Cinco Estrellas. El brillo de su sonido ilumina la noche más profunda.

Cada punto de luz es una nota en una infinita partitura.

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Una noche de verano en un punto perdido de la geografía y, por una vez, sin compañía. Tan solo el estruendoso silencio nocturno del monte interpretado por insectos hacendosos, pequeños mamíferos huidizos, reptiles hambrientos y aves anidadas. Todos entonan su hermosa canción bajo la luz de las estrellas.

El negro celestial anda salpicado de brillos diminutos que en realidad no son más que insignificantes bolas incandescentes de gigantescas proporciones. Allá, lejos, muy lejos, son muy grandes. Acá, cerca, muy cerca, son muy pequeñas. Tan sólo son estrellas.

Cada punto vibra a su libre albedrío coincidente en perspectiva variable con todos y cada una de los similares que bailan a su alrededor. Son cadencias imposibles y ritmos unísonos que muestran una ruta inabarcable que se extiende más allá de la comprensión. El camino está marcado sólo por estrellas.

El infinito empieza justo allí, en el lugar en el que alguien sin motivo empieza a contar las estrellas, a ponerles nombre y a agruparlas en formas tan bellas como inimaginables. La Vía Láctea sólo cuenta como una y no vale reunirse cada noche para hacer valer su mayoría. Todas son simplemente estrellas.

Una negra noche vibra en el celestial infinito del verano. Y tú, admirando las estrellas, en medio del tiempo y el espacio, del pensamiento y la realidad, del movimiento estático que no va a ninguna parte. Allí estás tú, con la cabeza inclinada intentando ver qué se esconde detrás de todo aquello. Pero simplemente sólo hay estrellas.

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